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Premio Príncipe de Asturias de las Letras

Un matrimonio mal avenido con Hollywood

La obra de Roth ha sido maltratada por el cine y sólo «La mancha humana» tiene logros parciales

Jueves 7 de Junio de 2012
Tino Pertierra

Las novelas de Philip Roth tienen trampa cuando se trata de llevarlas a la pantalla. Parecen ideales por sus tramas, sus personajes, su amplitud de minas personales, sus toques y retoques con el sexo y otras cosas del morder, su permanente acecho a las cloacas de la suciedad americana, y, por descontado, a los lodazales del ser humano, tan débil y destructivo. Pero tras esa capa de aparente atractivo para confeccionar un guión jugoso que atraiga a la audiencia se encuentra un material explosivo que, si se trata sin el debido cuidado, explota en las manos de quien lo trata. Las novelas de Roth no son cómodas, no miman al lector, no se dejan llevar por la inercia de la esperanza, ni siquiera hay satisfacción en las venganzas. Sus personajes son, salvo excepciones, gente con la que no es sencillo identificarse, quizá porque se parecen demasiado a nosotros mismos y se convierten en espejos de nuestras propias flaquezas.

El cine, hasta ahora, se ha fijado sólo en esa superficie engañosa de la narrativa de Roth sin atreverse a bucear en ella. Aunque no sea perfecta y se quede a medio camino, La mancha humana es, a día de hoy, la adaptación más destacable, y lo es en gran medida gracias a la sobresaliente interpretación de Anthony Hopkins, que interpretaba a un negro de piel blanca (algo que muchos usaron como arma arrojadiza, sin darse cuenta de que era un aspecto esencial). Del resto hay poco que decir. Adiós, Columbus, su primera obra, fue llevada al cine en 1969 (aquí se tituló, toma ya, Complicidad sexual), dirigida con todos los tics estéticos de la época por Larry Peerce y con un error de casting terrorífico: Richard Benjamin. Hoy se la recuerda más que nada por la aparición de una jovencísima Ali McGraw, tan mala actriz como siempre. Benjamin volvió a encabezar El lamento de Portnoy, dirigida por un guionista habitual de Hitchcock, Ernest Lehman, y fue un desastre. Después de La mancha humana llegó Elegy, dirigida por Isabel Coixet a la manera de Coixet, o sea, todo envuelto en crujiente celofán y profundamente superficial, sin que la química entre un Ben Kingsley que va de lúcido y una Penélope Cruz que viene de sensual aparezca por alguna parte. De hecho, las escenas de sexo dan un poco de grima y la emoción brilla por su ausencia. Veremos qué pasa con la anunciada adaptación de Pastoral americana, aunque si el director elegido es Philip Noyce, un realizador de escaso fuste, hay que ser pesimistas. O rothianos.