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«Tengo una visión modesta del oficio, no me gusta lo de intelectual comprometido»
Antonio Muñoz Molina / Ricardo Solís
Antonio Muñoz Molina, Premio Príncipe de Asturias de las Letras

«Tengo una visión modesta del oficio, no me gusta lo de intelectual comprometido»

«El sitio del escritor está delante del ordenador o del cuaderno; el resto son lugares prestados»

Lunes 10 de Junio de 2013
Andrés Montes

A Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) el premio «Príncipe de Asturias» de las Letras le sorprende a los pocos días de regresar de Nueva York, desde hace años su segunda residencia, en la que pasa la mitad del año. Dispuesto a resarcir de la orfandad a su libro Todo lo que era sólido (Seix Barral), esa larga reflexión sobre la ficción en la que vivíamos antes de estos tiempos crudos, cuya andadura comercial se inició en ausencia del autor, Muñoz Molina se preparaba para afrontar el trabajo cara al público hasta que el galardón ha alterado por completo sus planes inmediatos. Y también el ritmo vital sosegado y silencioso de quien prefiere pasar desapercibido.

-Tanto reconocimiento de su trabajo, ¿llega a saturar?

 Depende de cómo se lo tome uno. Para un escritor, el reconocimiento es escribir mejor, escribir lo mejor que pueda. El resto viene después. No sé si hay saturación. Yo no escribo para tener reconocimiento, escribo para tener lectores. Y cuando llega un premio de este tipo lo agradezco profundamente. Pero procuro no perder la conciencia de en qué consiste el oficio al que me dedico.

-Lo que sí hace es alterar la vida o el ritmo de trabajo de alguien como usted, muy metódico.

 Lo altera durante unos días pero afortunadamente uno vuelve a su ritmo. Está bien no perder el sentido de las proporciones. Es lo mismo que cuando tienes que ocuparte de la promoción de un libro. Tienes que saber que, de una manera limitada y durante un tiempo, estás sujeto a hacer algo muy distinto a lo que haces habitualmente y tienes que andar por ahí hablando. Pero hay que tener claro que el sitio de uno, exclusivamente, desde el punto de vista profesional, es estar sentado delante de un ordenador o de un cuaderno. Todo lo demás son sitios prestados.

-La ventaja que tiene el premio «Príncipe» es que, a diferencia del que recibió en Israel hace unos meses, nadie le va a pedir que no vaya a recogerlo. O en eso hay que confiar, al menos.

 (Entre risas). Eso, ahora que lo dice, es una ventaja en la que no había pensado.

-El jurado valora que sea usted un intelectual comprometido. ¿Esa es una condición incómoda en España?

 A mí es una posición que no me gusta mucho. Viene de toda esa tradición francesa, de Sartre y de esta gente que por el hecho de escribir parece que tiene una prerrogativa a la hora de juzgar el mundo. Tengo una visión más artesanal y modesta del oficio. Me considero un escritor y un hombre de letras y como ciudadano me comprometo con aquellas cosas que es importante defender. Procuro distinguir y no pensar que, por el hecho de dedicarme a escribir, tengo una visión privilegiada de las cosas o un púlpito desde el que dedicarme a la gente. Uno se compromete no desde su posición de presunto intelectual sino desde una postura de ciudadano en una democracia en la que, por fortuna, se puede practicar la libertad de expresión. Lo que sí tengo claro es que resulta muy importante ejercer esa libertad de expresión con plena convicción y sin hacer concesiones.

-El ejercicio de ese compromiso público está, en su caso, muy ligado a los periódicos.

 El periódico es uno de los elementos fundamentales del debate democrático. Es el vehículo por el que la sociedad se informa de manera fiable de lo real y un contrapeso importantísimo a la tendencia política a la dominación y a la propaganda. La prensa es uno de los pilares del sistema y uno de los mecanismos de control esenciales en una democracia.

-Usted tuvo presencia en la prensa desde los comienzos de su carrera, va ya para treinta años. ¿Fue una manera de buscar salida a su trabajo o hay una vocación de escritor de periódicos?

 Es algo más elemental, es el gusto por contar. Hay dos actitudes posibles en la literatura: está el gusto de inventar, que es muy importante, y hay el gusto de contar lo que se ve, lo que pasa por delante de los ojos de uno. Siempre he sentido esa inclinación. Me eduqué, cuando era adolescente, leyendo crónicas de Julio Camba, no en los periódicos, claro, sino en los libros de Austral. Leía las de Josep Plá en la revista «Destino», leía a Cunqueiro y, más tarde, a Umbral, todos ellos marcados por ese impulso de alguien que escribe sobre la marcha de lo que va viendo. Y, desde luego, una influencia fundamental fue la lectura de Baudelaire y de «El spleen de París». Hacer literatura sobre lo inmediato, con la velocidad de la escritura del periódico, es una maravilla.

-¿Como autor, con quién más tiene deudas literarias?

 Estoy lleno de deudas, soy un deudor incesante. Estos días, un poco por casualidad, estoy leyendo cosas de la correspondencia de Flaubert y unos diarios de viaje de Camus de finales de los años cuarenta. No es que esos dos escritores hayan sido importantes para mí en un período de formación determinados, es que son importantes para mí ahora mismo, estoy aprediendo de ellos, de esa defensa, por ejemplo, que Flaubert hace de la integridad del oficio del escritor. Son influencias muy importantes.

-Su contrincante en las votaciones finales del premio fue John Banville.

 No lo sabía. Es un gran escritor, tiene algunas novelas extraordinarias y le tengo mucha admiración como novelista. Me honra y me apoca que me premien frente a un escritor de una estatura tan extraordinaria.

-Acaba de regresar de Nueva York, que es ya su segunda residencia. ¿La distancia da una perspectiva distinta sobre la realidad española o la posibilidad de esa mirada distante ha desaparecido en un mundo tan interconectado como el nuestro?

 A mí eso me sirve para apreciar más algunas cosas que tenemos aquí y de las que allí carecen. Una cosa fundamental ahora en Estados Unidos, que está costando Dios y ayuda y sujeta al boicot continuo por parte de los republicanos, es algo para nosotros tan natural como el derecho a la sanidad pública. Vivir en un país en el que no existen muchas de las cosas que en Europa se dan por supuestas te proporciona una conciencia mucho mayor de los que tenemos y de los que hay que defender y salvar.