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Riccardo Muti, la música como arma de combate
El maestro italiano Riccardo Muti, premio «Príncipe de Asturias» de las Artes, llegó en la tarde de ayer a Oviedo. Fue recibido en el hotel de la Reconquista por la directora de la Fundación Príncipe, Teresa Sanjurjo, mientras una banda de gaitas le hacía el homenaje musical. Preguntó si se trataba de instrumentos tradicionales y se prestó a posar, como se aprecia en la fotografía, al lado de los gaiteros. Después ensayó con el Coro de la Fundación. / Miki López

Riccardo Muti, la música como arma de combate

El «Príncipe» de las Artes defiende la cultura europea como uno de los signos de su civilidad

Miércoles 19 de Octubre de 2011
Cosme Marina

Querido Maestro, mi idea inicial era escribir un artículo en torno a esa noche mágica que se vivió a mediados del pasado mes de marzo en la Ópera de Roma mientras dirigía «Nabucco» de Verdi, con esa capacidad suya para transmitirnos como nadie el legado de uno de los grandes compositores de la historia de la humanidad. Cuando dirige su música, como la de Mozart o la de tantos otros, consigue que se pare el tiempo. Por unas horas, los que ocupamos una butaca del teatro llegamos a sentir la belleza en estado puro, la que llega a través de los dramas de rebeldía que esos genios escribieron contra los abusos del poder, contra las convenciones intolerantes, contra la opresión de los pueblos y también para mostrar los anhelos y debilidades del ser humano.

Esa noche, Maestro, dio un paso adelante y por eso quiero escribirle esta carta ahora que vuelve a Oviedo a recoger el premio «Príncipe de Asturias» de las Artes, ahora que regresa a un país que, como el suyo, está azotado por el vendaval de la crisis y al que tantos vínculos le unen. Aquella noche, en el que era uno de los actos centrales de la celebración del 150 aniversario de la Unidad Italiana, se rebeló con su mejor arma: la música. Riccardo Muti se hartó de callar y levantó su voz contra los políticos que allí estaban tan campantes mientras que de manera impune destrozaban sin freno los teatros de ópera y los grandes festivales italianos, uno de los grandes signos de la civilidad europea. No crea Maestro que aquí estamos mucho mejor. ¡La tijera se está llevando tanto por delante en España! Pero no piense que con esos recortes se consigue algo, todo lo contrario. Los resultados, bien lo sabe, no son más que pobreza añadida , más paro y, además, un desplome de la sal de la vida, de la cultura que a todos nos hace mejores. Se destruye un legado con impunidad absoluta, sin cortapisas. Lo dijo en Salzburgo muy claro a una entrevista con este periódico: «Los políticos están aprovechando la crisis para generar un desastre cultural». Ha vuelto a reiterarlo hace unos días en Suecia: «tenemos que educar a los políticos que no pisan los teatros». ¡Menuda tarea! La zafiedad es la moneda de cambio de buena parte de nuestros políticos -los españoles, también los italianos- que consideran la cultura como un lujo, no como un legado a preservar y un derecho ciudadano -como recogen nuestras constituciones- ni como un sector económico generador de riqueza. Es tremendo. Los mismos a quienes no les temblará la mano para cerrar festivales y ciclos de conciertos, temporadas de ópera o de zarzuela, le saludaran ufanos, incluso le felicitarán. Ahí está la grandeza de su lucha, de su denuncia. ¡No se ha callado y eso hace que ellos se empequeñezcan a su lado! Tiene que saber que no está sólo. Millones de ciudadanos estamos detrás, en la misma batalla, y tampoco vamos a callar. Al menos habrá que denunciar cada recorte, cada retroceso, para que no se olviden los nombres de los responsables del desastre. Que paguen al menos con la vergüenza de la historia.

Tras su gesto en Roma, con el teatro en pie, gritando «¡Viva Verdi! ¡Viva Italia!», se detuvo la sangría en Italia. Los políticos, abochornados, frenaron los abusos. Lo hicieron porque su poder y su autoridad emanan de un legado, el de la gran música, que ha hecho y da personalidad a la historia de la cultura europea en su conjunto. Y todo ello es más fuerte que esta tropa de indocumentados que tanto daño están haciendo. El «Va pensiero» es un símbolo, hacer el bis con el público en pie fue una gesta hermosa que tardará tiempo en olvidarse. «Hoy siento vergüenza de lo que pasa en mi país. Si seguimos así vamos a matar la cultura sobre la que se construyó nuestra nación», dijo dirigiéndose a la sala. Y ese clamor llegó a través de internet a todo el mundo desde la Ópera de Roma.

Llega a una ciudad en la que la música es una segunda piel. La música define la cultura de Oviedo de manera total: la ópera, la zarzuela, los conciertos son el alma de una ciudad que ha sabido mantener viva esa llama por encima de guerras, crisis y revoluciones. Es una tradición de siglos. Las grandes óperas italianas llegaban aquí al poco tiempo de su estreno. Desde el siglo XVIII la lírica es un continuum vital y desde finales del XIX y durante todo el XX los conciertos también. En esta ciudad han estado Maurice Ravel, Bela Bartok, Ottorino Respighi, Paul Hindemith, Sergiu Rachmaninov, Alberto Casella, entre otros muchos, en la Sociedad Filarmónica, buena parte de los grandes cantantes de ópera internacionales, desde la Filarmónica de Berlín a la mayoría de las orquestas de referencia, los maestros más importantes, usted también, en dos ocasiones. Quiero con ello significar que la música es un bien patrimonial intangible de un colectivo. En Oviedo, lo es. Por eso es tan importante su premio, por eso es tan valiosa su lucha. Gracias, Maestro, por habernos dado tanto, por haber sabido hablar con valentía mientras otros callaron. Ha sido, es, una lección de vida.