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Premio Príncipe de Asturias de los Deportes

Chema, en la senda de Seve

José María Olazábal se convierte en el segundo golfista galardonado tras Ballesteros, la referencia vital y deportiva del guipuzcoano

Jueves 20 de Junio de 2013
Mario D. Braña

La vida de José María Olazábal siempre ha estado marcada por la figura de Severiano Ballesteros. Olazábal tenía trece años cuando vio ganar a Seve su primer Open británico. Después hizo realidad un sueño al formar con el cántabro la mejor pareja de la Copa Ryder (sólo dos derrotas en once partidos) y el año pasado, apelando a su espíritu, condujo al equipo europeo a una victoria épica frente a Estados Unidos. Desde ayer, Chema y Seve también van de la mano en el palmarés del Premio Príncipe de Asturias de los Deportes, que Ballesteros estrenó para el golf en 1989. Y lo hace con el reconocimiento generalizado a su trayectoria como jugador (dos Masters de Augusta y cuatro Ryder Cup) como técnico y por representar valores como la humildad y la constancia.

El acta del jurado, leída a mediodía de ayer por Arancha Sánchez Vicario, recogía los méritos que han llevado a Olazábal a hacerse acreedor del galardón, más allá de aquellos éxitos que brillan en palmarés que se extiende desde 1986 hasta 2012: «Digno sucesor del espíritu del mítico Severiano Ballesteros, el jurado ha tenido en cuenta que Olazábal ha demostrado a lo largo de su larga y brillante carrera una capacidad de superación encomiable, un talante competitivo y unas cualidades humanas admiradas por todos».

La noticia pilló a Olazábal disputando un torneo en Alemania. Su primera reacción fue de «cierta sorpresa» porque, según declaró en un comunicado público, «la verdad es que yo me esperaba que fuera para Teresa Perales porque dentro del deporte paralímpico representa la quintaesencia de la superación». Destacó que sentía «una gran emoción, orgullo, satisfacción, agradecimiento y, sobre todo, que nuestro amado deporte del golf tiene su plaza en el corazón y las mentes de tanta gente. Estoy encantado de la vida y muy emocionado porque sabía lo difícil que era que me lo concediesen. Quiero daros las gracias de corazón a todos los que habéis apoyado mi candidatura, que me consta sois muchísimos, y, sobre todo, al jurado que me lo ha otorgado y a la Federación Española que me presentó como candidato».

Y, por supuesto, un reconocimiento: «El inigualable Seve Ballesteros abrió un camino que poco a poco se va consolidando».

El golf entró en la vida de José María Olazábal Manterola (Hondarribia, Guipúzcoa, 5 de febrero de 1966) casi por la puerta de su casa. La familia Olazábal vivía dentro del recinto del campo del Real Club de Golf de San Sebastián, ya que su padre, Gaspar, era el cuidador, como lo había sido antes su abuelo. Desde muy pequeño aprovechó la soledad de las calles y los «greens» de lunes a viernes para jugar con un palo viejo adaptado a su físico y las bolas que encontraba su padre. Con seis se apuntó a las clases colectivas de los fines de semana y así, mientras sus compañeros se centraban en el fútbol, puso las bases de su futuro. «No me presionaba nadie para jugar. Surgió, sin más», declaró.

Tras destacar en todas las categorías inferiores y lograr importantes triunfos en su etapa de aficionado, se pasó al profesionalismo en 1986, en el que confirmó rápidamente las mejores expectativas con su primer torneo (Open de Suiza), el segundo puesto en la Orden de Mérito del Circuito Europeo y el reconocimiento como mejor debutante del año.

Su carrera alcanzó el punto culminante en 1994, cuando se enfundó la chaqueta verde que distingue a los ganadores del Masters de Augusta. El éxito en uno de los torneos más importantes se repetiría en 1999, tras superar unos problemas físicos como consecuencia de una artritis reumática en los pies, que le impedía caminar con normalidad. Pese a competir de forma discontinua, Olazábal aún pudo apuntarse un cuarto título con el equipo europeo de la Ryder Cup en 2006, competición que le permitió vivir hace unos meses, en octubre de 2012, uno de los momentos más emotivos de su vida.

Y, como casi siempre, la figura de Severiano Ballesteros estuvo muy presente. Olazábal convirtió el torneo, con triunfo épico de Europa en el campo norteamericano de Medinah, en un homenaje póstumo al mejor jugador español de todos los tiempos, fallecido el 7 de mayo de 2011 víctima de un tumor cerebral. Como capitán del equipo, Olazábal decidió que sus jugadores vistieran polo blanco y pantalones azul marino, como hacía Ballesteros, y llevaron la silueta del cántabro y el lema «Seve Ballesteros, 1957-2011» bordados en la manga izquierda de la camiseta.

«Hice lo que me enseñó Seve», declaró Olazábal cuando se le reclamó una explicación a la remontada protagonizada por el equipo europeo, que perdía por cuatro puntos al final de la primera jornada: «Que nada termina hasta que no termina, que nada está perdido hasta el final». Y con esa filosofía, Olazábal se ganó a sus jugadores, que le reconocieron esa capacidad de liderazgo que ayer destacó el jurado del Premio Príncipe de Asturias, que recogerá en octubre. Como, 24 años atrás, hizo Ballesteros.