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El hijo del hortelano que se refugiaba en una isla
Antonio Muñoz Molina / Pablo García
Premio Príncipe de Asturias de las Letras

El hijo del hortelano que se refugiaba en una isla

La escritura de Muñoz Molina borra los límites de los géneros

Lunes 10 de Junio de 2013
Andrés Montes

En Antonio Muñoz Molina hay una solidez personal muy apegada al origen. El hijo de hortelano de Úbeda conserva a sus 57 años la consistencia física, la aseada tosquedad y el rostro bien poblado propios de quienes viven en vínculo estrecho con la tierra, aunque la suya quede muy lejos la mitad del año. La metrópoli no ha conseguido borrar un cierto aire labriego que persiste también en sus rutinas de cultivador de una prosa sobria y precisa. Quizá porque en el afán de dejar atrás aquel lugar primordial nunca se convirtió en un renegado e incluso Mágina, el nombre propio de su territorio literario, conserva las resonancias de su orografía original.

El título de su primer libro, El Robinson urbano, una recopilación de artículos periodísticos publicada en 1984, remite ya a la idea de isla, de la literatura como refugio en la doble militancia de lector y escritor. El temprano devorador de todo tipo de publicaciones da, llegado el momento, el salto a la escritura como una prolongación natural de la lectura, como una reelaboración de todo lo consumido en apasionado silencio. «Un libro es una madriguera para no ser visto y una isla desierta en la que encontrarse a salvo y también un vehículo de huida», escribe en El viento de la luna. La llegada del hombre a nuestro satélite le sirve, en esta novela de 2006, para vertebrar el relato del tiempo ansioso de la adolescencia, la vida en los años sesenta en un territorio primitivo, detenido en el tiempo, alumbrado por una única televisión, a la que se acercaba todo un pueblo. La isla desde la que aquel lector compulsivo alimentaba un futuro de grandes horizontes es la misma en la que muchos años después se recluye el escritor, que -sea en el cuartel donde realiza el servicio militar o en su habitación monacal de profesor invitado en un campus universitario norteamericano- busca el entorno propicio. «Y en ese espacio despojado, en ese tiempo neutral, yo debía o deseaba en ambos casos edificarme una isla, un lugar protegido y cancelado donde emprender esa tarea que uno siempre está emprendiendo por primera vez aunque haya escrito y publicado diez libros». Así refleja en Ardor guerrero, sus memorias militares de 1995, la disposición y el hueco en que despliega su oficio.

Muñoz Molina obtuvo un reconocimiento temprano como autor. El premio de la Crítica y el Nacional de Literatura a El invierno en Lisboa, una novela de 1987, fue el primero en un palmarés hoy ya de larga enumeración. Ese tránsito natural de lector a autor es bien visible en esta novela, una recreación del género negro aderezada con ritmo de jazz que tiene mucho de aprendizaje estilístico y constructivo. También hay abundante de indagación en Beltenebros, intriga con la Guerra Civil como telón de fondo. La contienda es materia constante en la literatura de Muñoz Molina, una corriente continua que llega hasta La noche de los tiempos, su novela de 2010.

Con el El jinete polaco consiguió en 1991 la rara unanimidad de aunar el éxito comercial, el «Planeta», con su segundo Premio Nacional de Literatura. Esta novela, muy vivencial, con una fuerte carga generacional, marca una inflexión en la trayectoria de Muñoz Molina, que consigue la visibilidad extraordinaria del autor que alcanza a miles de lectores.

Es también el momento en que su escritura rompe las lindes estrechas de los géneros. Hay un aligeramiento del pudor a mostrarse en sus libros, una creciente solidez como autor que despega con Ardor guerrero y que culmina con Sefarad (2001), toda una rareza literaria en el panorama español. El libro es insólito por el cruce de relecturas del escritor con las vivencias, la fusión de narración personal y ensayo y la apertura a un venero literario ajeno a la tradición española. Sefarad sirve de «portal de acceso a la memoria cultural europea compartida», como afirma Pablo Valdivia en la introducción a la edición crítica que acaba de publicar Cátedra.

Como escritor que publica en periódicos, Muñoz Molina se ha revelado como un magnífico cronista cultural del que da testimonio El atrevimiento de mirar (Galaxia Gutenberg), una recopilación de textos sobre arte en la que el escritor se pone al servicio del observador bien formado que es el nuevo «Príncipe de Asturias» de las Letras. Y como autor involucrado en el devenir de su tiempo, uno de los méritos en los que más énfasis pone el jurado del galardón, Todo lo que era sólido, su visión de los preliminares de la crisis, que ha obtenido una desigual acogida, deja constancia de que la prosa del hijo del hortelano está bien instalada en este mundo.