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Seguridad en los Premios

David ORIHUELA

La primera impresión es la esperada, el mal olor. Lógico, se trata de una alcantarilla. Al hedor, olor desagradable penetrante como lo define la Real Academia y que ahí abajo se cumple con absoluta precisión, se suma la oscuridad, el calor y la altísima humedad.

Es el hábitat diario de trabajo de los seis componentes de la unidad de subsuelo de la Policía Nacional. Trabajan en las alcantarillas, en los colectores de la ciudad. Los conocen a la perfección y hacen cientos de revisiones anuales. Hoy comienza lo que bromeando llaman la «semana fantástica», la que concluirá el próximo viernes con la entrega de los premios Príncipe de Asturias.

LA NUEVA ESPAÑA acompañó el pasado viernes a los agentes en una de sus inspecciones. La primera parada se realiza en lo que se podría denominar «zona roja», en el entorno del Teatro Campoamor, escenario en el que en cinco días estarán los Príncipes de Asturias, la Reina y numerosas autoridades internacionales. Una bomba a cinco metros de profundidad en el subsuelo en esta zona de la ciudad, en el momento justo, podría causar consecuencias inimaginables.

Víctor Manuel Busto, subinspector de la Policía Nacional, está al frente de la unidad desde hace cinco años. Tras diseñar la jornada en las oficinas del cuartel de Buenavista, la furgoneta equipada con todo el material se traslada al centro de Oviedo y aparca tras el Campoamor. Los agentes abren la tapa de una alcantarilla, colocan un trípode y se descuelgan en el interior del colector. «Esta es una zona muy "guapa", porque hay un tramo de colector que es antiguo, de piedra», comentan aún en el exterior. Los agentes suelen bajar de dos en dos mientras sus compañeros esperan en el exterior. Los que descienden deben informar del recorrido que van a hacer y del tiempo estimado. Ahí abajo no funcionan los teléfonos móviles, salvo en zonas muy concretas, y las comunicaciones con el exterior son prácticamente imposibles.

Mientras el policía Roberto González Robles baja al colector, Víctor Busto explica que su trabajo no consiste sólo en vigilar las alcantarillas. Esta unidad controla también todas las conexiones de servicio de los edificios: luz, agua, gas. «Aquí cabe un hombre y se podría colocar cualquier cosa», dice mientras señala la zona por la que el sistema eléctrico del teatro se conecta a la red.

El colector es antiguo pero transitable, así que los agentes lo recorren para comprobar que todo está en orden. Están entre el teatro, la Delegación de Hacienda y la central de Correos, además de varias entidades bancarias. Víctor Busto no aclara el recorrido del colector y menos aún qué zona es transitable. La seguridad manda y no se pueden dar detalles. Roberto González sale al exterior. Todo está como se esperaba, perfecto, sin novedades.

El recorrido por el subsuelo lleva a la unidad al entorno de la iglesia de San Julián de los Prados, uno de los grandes colectores de la ciudad, en las inmediaciones de la entrada a Oviedo por la autopista «Y». La bajada es de unos siete metros. Al quitar la tapa de la entrada el olor lo invade todo.

Tras el descenso se tarda en aclimatarse a la falta de luz, a la humedad y especialmente al olor. El suelo es resbaladizo y del techo cuelgan calcificaciones. El «río» de aguas fecales y pluviales tiene una profundidad de unos quince centímetros, aunque los restos que se acumulan contra las paredes denotan que en días de lluvia el caudal crece.

Los agentes se mueven con absoluta tranquilidad. Se nota que conocen bien el terreno que pisan. Impresiona, y mucho, el ruido, el de las «cataratas» por las que cae el agua y el de los coches en la superficie pasando sobre las tapas de las alcantarillas.

Abajo se cae un mito: no hay ratas, ni siquiera arañas. Aunque Roberto García asegura que «de vez en cuando se ve alguna rata». Lo más curioso que se han encontrado es un banco del parque. Está cerca del Palacio de los Deportes.

El «paseo» acaba y el aire limpio y otoñal se agradece.